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   Los laicos -que somos la inmensa mayoría de los cristianos- vivimos en el mundo inmersos en toda clase de actividades y situaciones de la vida y con nuestro testimonio contribuimos a la transformación de realidades y la creación de estructuras justas según los criterios del Evangelio. "Los laicos, como adoradores en todo lugar y obrando santamente, consagran el mundo mismo a Dios" (LG 34)

    El misticismo es un estado en el cual el Espíritu Santo, mediante sus dones, ilumina, fortalece, dirige e impulsa la vida espiritual del creyente.

   La beata Concepción Cabrera es una mística en sentido estricto que además de recibir estas gracias también tuvo el don de comprenderlas  y comunicar verbalmente sus vivencias. Las comunicó de viva voz a sus directores espirituales y por obediencia a ellos las dejó por escrito sobre todo en su Cuenta de conciencia. Sus numerosos escritos, aprobados por la autoridad de la Iglesia, son guía segura de vida cristiana y fuente de la Espiritualidad de la Cruz.

  «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro (...) con una Persona» (Benedicto XVI). Solamente el encuentro con Jesucristo crucificado enciende el corazón, suscita la conversión y dirige la vida.  Es la dimensión mística la que da color, calor, aroma sabor y melodía a la vida cristiana.

Concepción Cabrera es apóstol fue una mujer que vivió en estrecha unión con Dios-Trinidad. Una laica enviada por el Espíritu Santo a colaborar con Jesucristo en la misión de «salvar almas». Una mística cuya vida fue totalmente en favor de los demás: de Dios, en primer lugar; de su esposo, sus hijos y demás familiares; de las Obras de la Cruz, de los ministros ordenados, de la Iglesia y el mundo.

Todos los cristianos somos apóstoles. La dimensión apostólica no es un elemento añadido: «soy cristiano y, además, apóstol»; sino que es un constitutivo esencial: «soy apóstol porque soy cristiano».

El silencio es condición para percibir lo que sucede en nuestro interior, para escuchar a Dios y a los demás, para sintonizarnos con la creación. Nos dispone para la oración, la compasión, la misión y la creatividad, para el disfrute sereno y el gozo profundo.

Escuchar es mucho más que oír sonidos, mirar es mucho más que ver la luz. La diferencia está en la atención voluntaria que ponemos en esas acciones. Escuchar y mirar son, en primer lugar, acciones receptivas; pero de la manera como las realizamos, mucho transmitimos a los demás.

El lenguaje, por rudimentario que fuera, está ligado a la aparición del ser humano en el mundo. Con palabras, inventadas por él, designa personas, objetos, acciones, relaciones… Mucho tiempo después, crea la escritura. El idioma que escuchamos cuando niños y las palabras que aprendimos y hoy utilizamos van estructurando nuestra mente.

Justo antes de ascender al Padre, Jesús les dijo a los discípulos «Cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos (...)» (Hch 1,8). Así pues se es testigo de Jesucristo no por decisión personal, sino por vocación y envío del mismo Jesús, y por el dinamismo que el Espíritu Santo suscita en interior del creyente. 

Cuando hablamos de cruz nos referimos a dolor, sufrimiento, muerte... Cuando Jesús dijo "Si alguno quiere ser mi discípulo, deberá olvidarse de si mismo, cargar con su cruz y seguirme" (Mc 8, 34) no es una invitación a renunciar a la felicidad; al contrario, nos señala el mejor camino para llegar a ella.

"¡Alégrate!" es la palabra que Dios dirige a la humanidad en la aurora de la Nueva Alianza (Lc 1, 28) ¿Es sólo un saludo que el ángel da a la Virgen María o es una invitación o un mandato? ¿es sólo para ella o también para ti y para mi?

¿Hay lugar para el gozo habiendo tanto egoísmo desigualdades y guerras? ¿Tenemos derecho a sonreír mientras hay otros que la pasan mal por hambre, soledad, violencia en sus bienes o en su dignidad?

La alegría  no es una mercancía que podemos adquirir como el placer o las diversiones; es más parecido a un fruto que debemos cultivar, cuidar y madurar en el corazón al tener la certeza de ser amados, al amar y servir a los demás.

Dios mismo quiere nuestra alegría; nos ha otorgado "la alegría de la salvación" (Sal 51,12) y nos ha prometido una alegría imperecedera. 

"Una Iglesia en salida" (EG 20), bella y desafiante expresión del papa Francisco para referirse a una Iglesia misionera. "La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos que 'primerean', que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan" (EG 24).

Solo el Espíritu Santo es capaz de romper nuestras limitaciones y lanzarnos al encuentro de quien, frente al sufrimiento, esperan una respuesta de Dios; que por medio de nosotros necesitan escuchar la Buena Nueva y recibir la salvación.

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